Historia, ¿para qué?

 

“En estos contactos con aprendices de historiador principiantes, a veces he recurrido a un test: «¿por qué quiere usted ‘hacer historia’?». Respuesta casi unánime: «para conocer el pasado, con objeto de comprender el presente». La fórmula, a primera vista, es positiva. La historia ya no es, para muchos jóvenes, curiosidad o nostalgia del pasado, colección de imágenes seductoras o gloriosas, sino deseo de un conocimiento explicativo, útil para el presente.

Si uno se detiene un poco más, la fórmula no es del todo tranquilizadora. La historia tradicional creía también que nos hacía «conocer» el pasado e inferir para el presente algunas esporádicas «lecciones de la historia», banalmente políticas o vulgarmente morales. Lo que esperamos de una «historia razonada» es otra cosa. Para expresar de qué se trata, quizá lo mejor sea invertir los términos de la respuesta de los jóvenes: hay que comprender el pasado para conocer el presente.

Comprender el pasado es dedicarse a definir los factores sociales, descubrir sus interacciones, sus relaciones de fuerza, y a descubrir-, tras los textos, los impulsos (conscientes, inconscientes) que dictan los actos. Conocer el presente equivale, mediante la aplicación de los mismos métodos de observación, de análisis y de crítica que exige la historia, a someter a reflexión la información deformante que nos llega a través de los media. «Comprender» es imposible sin «conocer». La historia debe enseñarnos, en primer lugar, a leer un periódico.

Es decir, a situar cosas detrás de las palabras”.

Villar, Pierre (1980). Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica. P. 13

 


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