La Guerra de Corea 1950-1953

 

 Ya hemos señalado los orígenes y el curso de la guerra fría en Europa, hacia 1950. En junio de 1950, estalló la guerra de Corea. Ante la consternación del mundo occidental, el régimen de Corea del Norte, apoyado por la Unión Soviética, cruzó la frontera a lo largo del paralelo 38°, e inició una invasión de la República del Sur, apoyada por Occidente. Durante la Segunda Guerra Mundial, se había acordado que Corea, en otro tiempo motivo de disputa imperialista entre Japón y Rusia, y desde 1910 bajo dominación japonesa, pasaría a ser, de nuevo, libre e independiente. Al final de la guerra, las fuerzas soviéticas ocuparon, mediante acuerdo, la parte septentrional del país, hasta el paralelo 38°, y las fuerzas de los Estados Unidos, la parte meridional. La U.R.S.S. estableció un gobierno satélite bajo un dirigente comunista preparado en Moscú, Kim ilSung, y sostuvo un gran ejército norcoreano. Los soviéticos rechazaron una propuesta americana de celebrar elecciones en una Corea unificada, bajo supervisión internacional. Las elecciones, celebradas sólo en Corea del Sur en 1948, dieron la presidencia a Syngman Rhee, que, a pesar de las formas democráticas, gobernó la república dictatorialmente, durante los siguientes doce años. Después de la elección, los Estados Unidos retiraron sus fuerzas de ocupación, pero continuaron dando apoyo militar y económico a Corea del Sur. La Unión Soviética se retiró, igualmente, de Corea del Norte, pero continuó facilitando armas y ayuda económica a su estado protegido. El gobierno americano no incluyó entonces a Corea, como hizo con el Japón y con las Filipinas, en el perímetro explícitamente definido como vital para la defensa de los intereses americanos en Asia. Pero, cuando los norcoreanos cruzaron el paralelo 38° en su ataque de junio de 1950, el presidente Truman se indignó. Estaba convencido de que la acción obedecía a incitaciones de la Unión Soviética, con la aquiescencia del nuevo régimen comunista chino. La consideraba como parte de la ofensiva ideológica mundial de la Unión Soviética, una nueva fase de la guerra fría, en la que el comunismo había pasado ahora de la subversión a la agresión armada. Los atacantes norcoreanos esperaban una rápida victoria, debida a la audacia de su iniciativa y a la superioridad de sus fuerzas. Confiaban en que los Estados Unidos no intervendrían y en que el resto del mundo no haría más que formular una protesta moral. La inspiración precisa de la invasión no puede conocerse con certeza. Puede haberla estimulado la U.R.S.S., preocupada por el atrincheramiento americano en el Japón ocupado, o pueden haberla decidido los norcoreanos, por sí solos, para unificar el país, confiando en que obtendrían la aprobación de Stalin. En cualquier caso, los rusos parecieron sorprendidos también; se hallaban ausentes del Consejo de Seguridad, boicoteando a las Naciones Unidas por su negativa a reconocer a la República Popular China, cuando el gobierno americano planteó la cuestión ante el Consejo. Que los norcoreanos fuesen capaces de una acción independiente, resultaba difícil de creer para los americanos.

El ataque desafiaba a todo el sistema de seguridad colectiva, dispuesto desde 1945 para hacer frente a la oleada del comunismo soviético. Truman, recordando cómo la debilidad y el apaciguamiento de los años 30 habían conducido al desastre, influyó sobre el Consejo de Seguridad para que condenase a Corea del Norte como agresora y para que emprendiese una acción militar contra ella; a causa de su ausencia, la Unión Soviética no pudo ejercer su veto. Simultáneamente, Truman envió fuerzas americanas. En la lucha de aquel verano, las fuerzas de las Naciones Unidas, dirigidas por americanos, al mando del general Douglas McArthur, se vieron, al principio, obligadas a retirarse, pero un brillante desembarco anfibio en Inchón invirtió la situación. Las fuerzas americanas arrojaron a los ejércitos comunistas hacia el norte, y después, en una decisión importante, cruzaron el paralelo 38°, prosiguiendo rápidamente hacia el río Yalu, línea fronteriza entre Corea y la provincia manchuriana de la China comunista. En noviembre de 1950, entró en la guerra la República Popular China; cientos de miles de soldados comunistas chinos, apoyados por aviones de propulsión de fabricación rusa, empujaron a las tropas dirigidas por los americanos hacia el sur, en lo que parecía una repetición de la primera fase del conflicto. Aunque el presidente Truman y la mayoría de los países de las Naciones Unidas estaban decididos a contener a los norcoreanos, estaban también resueltos a impedir una tercera guerra mundial, que sería posible si se bombardeaba Manchuria u otras partes de China, como pedía el general McArthur. Cuando McArthur insistió en una acción drástica contra China, el presidente Truman le relevó del mando. El pueblo americano estaba asombrado ante los peores reveses militares de su historia; muchos querían castigar a la China comunista, pero la mayoría consideraba prudente, o posible, limitar la lucha. En los meses siguientes, las fuerzas de las Naciones Unidas volvieron a abrirse paso hasta el paralelo 38°, e incluso un poco más al norte. En julio de 1951, un acuerdo de alto el fuego puso fin a la lucha en gran escala, pero no se firmó un armisticio hasta 1953, enredándose las negociaciones durante dos largos años, principalmente a causa del intercambio y de la repatriación de los prisioneros de guerra. Quince naciones participaron en la guerra de Corea, en su mayoría enviando contingentes simbólicos que lucharon al lado de los Estados Unidos.

Los americanos sufrieron más de 54.000 muertes en combate y en relación con los combates, es decir, casi la mitad de los que tuvieron en la Primera Guerra Mundial; los heridos americanos se calcularon en unos 100.000. En cuanto a los  coreanos, las pérdidas fueron aproximadamente iguales en el Norte que en el Sur; resultaron muertos, heridos o desaparecidos más de 2 millones de coreanos, muriendo en combate la mitad de esa cifra. Políticamente, la situación volvió a lo que había sido antes de 1950. Corea estaba nuevamente dividida, en líneas generales, por el paralelo 38°. El gobierno de Corea del Norte, la República Popular China y la U.R.S.S. continuaban rechazando las elecciones para todo el país, bajo supervisión internacional. Fue un armisticio difícil, salpicado de numerosos incidentes fronterizos y de otras clases. Desde el punto de vista de los occidentales, se había contenido un flagrante acto de agresión; según el mundo comunista, y según muchos no comunistas de Asia, se había impedido a la gran potencia capitalista, los Estados Unidos la reafirmación de la supremacía imperialista occidental en Oriente. En términos prácticos, los Estados Unidos, tanto en la guerra de Corea como en sus esfuerzos por crear pactos de seguridad regional en Oriente, encontraron poco entusiasmo hacia su política entre las mayores potencias asiáticas no comunistas, como la India, Indonesia o Birmania, La mayoría de ellas rechazaba el comunismo, pero también recelaba de Occidente. Aunque los Estados Unidos habían sido los menos implicados de todas las grandes potencias en el colonialismo asiático del siglo XIX, su nueva función dirigente en el mundo occidental y la sospecha de que estaban buscando mercados mundiales para el capitalismo americano le convirtieron en símbolo de la opresión y de la explotación occidentales, punto de vista insistentemente expuesto por los soviéticos, y aún más beligerantemente, durante algún tiempo, por los comunistas chinos. Por otra parte, el éxito en la disuasión de los norcoreanos reforzó la creencia americana de que la potencia militar y las decisiones firmes podían detener la expansión comunista en todas partes. La guerra de Corea inició una era de profunda implicación americana en el Asia oriental; fue un preludio de un conflicto mayor y más grave, la guerra de Vietnam, en la década siguiente.

 PALMER & COLTON, (1980). Historia contemporánea. Madrid, Akal. Pp. 722-724

 

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